¿Por qué el teletrabajo no despega en España?

Publicada el 26 de octubre de 2025. Fuente: Segoviaempleo

El teletrabajo se presentó hace unos años como la gran revolución laboral del siglo XXI. Prometía más productividad, más conciliación, menos desplazamientos, menos estrés y, además, un ahorro considerable tanto para las empresas como para los trabajadores. Sobre el papel, todo parecía encajar. Sin embargo, pasado el impulso forzado que trajo la pandemia, España ha vuelto —en su mayoría— al modelo presencial. ¿Por qué un sistema tan rentable no termina de implantarse?

La respuesta no está en la tecnología ni en la normativa, sino en la mentalidad.


La cultura del “si no te veo, no trabajas”

España arrastra una fuerte cultura del presencialismo. La presencia física en el puesto de trabajo sigue asociándose a compromiso, implicación y rendimiento. En muchos entornos laborales, todavía impera la idea de que “si no estás en la oficina, no estás trabajando”.

El teletrabajo exige un cambio profundo: pasar del control visual al liderazgo basado en la confianza y los resultados. Pero para muchos directivos y mandos intermedios, eso supone perder una parte del poder que les daba “ver” lo que ocurría.


Estructuras tradicionales y jerarquías rígidas

Buena parte del tejido empresarial español está formado por pymes y microempresas con estructuras jerárquicas muy verticales. En este contexto, el teletrabajo se percibe como una amenaza al control o como un experimento difícil de gestionar.

No se trata de falta de recursos, sino de un modelo de gestión que todavía mide el trabajo en horas y no en objetivos.

El teletrabajo, por el contrario, requiere autonomía, comunicación horizontal y confianza mutua. Y eso es un cambio cultural más complejo que cualquier actualización tecnológica.


Un trabajo que también es social

En España, el trabajo no es solo una actividad productiva; es también un espacio social. El café, la comida con compañeros, la conversación espontánea… forman parte del tejido emocional de las empresas.

El teletrabajo rompe con esa dimensión de convivencia y pertenencia. Y aunque existen fórmulas para mantener la conexión digital, muchas organizaciones perciben la distancia física como pérdida de cohesión o identidad colectiva.


Factores prácticos y domésticos

A todo esto, se suman factores muy concretos: viviendas pequeñas, falta de espacio para trabajar con comodidad o la dificultad de conciliar en hogares donde los cuidados y las tareas domésticas siguen recayendo principalmente en las mujeres.

En ese contexto, el teletrabajo puede ser tan fuente de estrés como de libertad.


Falta de estrategia y visión a largo plazo

La Ley del Teletrabajo, aprobada en 2020, fue un primer paso importante, pero su aplicación ha sido desigual. Muchas empresas la perciben más como una carga burocrática que como una oportunidad de modernización.

Falta una estrategia nacional clara que apueste por un modelo laboral híbrido, flexible y sostenible, que combine lo mejor del trabajo presencial con las ventajas del trabajo remoto.


Una cuestión de confianza

En definitiva, el teletrabajo no ha fracasado en España por cuestiones técnicas, sino por una cuestión de confianza. Seguimos midiendo la productividad por tiempo y presencia, no por objetivos y resultados.

Mientras otros países han avanzado hacia culturas laborales más flexibles, aquí seguimos aferrados a la idea de que “trabajar” es estar sentado frente a alguien que nos supervise.

Cambiar eso no depende de una ley, sino de una transformación cultural. De entender que la madurez profesional no se mide por horas fichadas, sino por la responsabilidad, la eficiencia y la capacidad de cumplir metas, estemos donde estemos.


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