Automatización, envejecimiento y empleo: ganadores y perdedores

Publicada el 14 de julio de 2019. Fuente: El Pais

SARA DE LA RICA


El mercado por sí mismo no va a corregir el aumento de las desigualdades que traerán los cambios tecnológicos


Las sociedades desarrolladas estamos asistiendo a una revolución tecnológica que avanza vertiginosamente en un mundo globalizado. La manifestación más clara es posiblemente la automatización de procesos productivos. El desarrollo máquinas/robots que ejecutan tareas, mayormente rutinarias y codificables, que anteriormente realizábamos los humanos, supone oportunidades indudables pero también retos no menores. Conlleva oportunidades porque sin duda los robots realizan estas tareas con mayor precisión y rapidez —y en consecuencia aumenta la productividad—, y además previenen en muchos casos a las personas de la realización de tareas muy pesadas y/o desagradables. Estos aumentos en productividad son sin duda una oportunidad que podría derivar en una mejora de bienestar para toda la sociedad, o simplemente revertir en aumentos de beneficios para determinados colectivos, mayormente algunas empresas de determinados sectores. Depende en gran medida de cómo la sociedad responda ante este momento.



Y quiero destacar esta condicionalidad porque sin duda la revolución tecnológica en la que estamos inmersos tiene ganadores y perdedores entre los trabajadores. Los ganadores son las personas jóvenes, suficientemente cualificadas en entornos digitalizados y alineadas con estos cambios. Estas personas están preparadas para estar y para adaptarse a esos empleos emergentes, de alto valor añadido, por los que sin duda conseguirán buenas condiciones laborales. Sin embargo, la automatización sustituye tareas que antes eran realizadas por personas, y en consecuencia, los perdedores de la automatización, al menos potenciales, son aquellas personas cuyos empleos desaparecen, y además, ni son personas digitalizadas ni su cualificación está alineada con los cambios tecnológicos. Tradicionalmente ocupaban empleos de salarios medios, pero hoy o bien sus empleos están en declive, o en los peores casos, los han perdido en la crisis por el cierre de empresas o por despidos masivos. Es un colectivo de cierta edad, con gran experiencia laboral y relativamente numeroso en la mayoría de las sociedades desarrolladas.



Y es numeroso porque el envejecimiento de nuestras sociedades está siendo provocado por dos efectos: En primer lugar, porque los avances médicos y la mejora en las condiciones de vida está provocando que vivamos muchos años más y mejor. Pero también debido al descenso de la natalidad que provoca que las generaciones más jóvenes estén siendo muy insuficientes para un reemplazo generacional equilibrado. Por esto, la situación demográfica en la que estamos hoy no está alineada con un cambio técnico que se beneficiaría mucho de juventud digital, globalizada y alineada en su formación con ese cambio técnico. De éstos, los ganadores, hay pocos, mientras que de los otros, los perdedores, hay muchos, desgraciadamente.


Asi que el reto social ante el cambio técnico no es menor. Una posibilidad es asistir a este proceso pasivamente lo que sin duda provocará un aumento de la desigualdad social y económica creciente entre ganadores —tanto por el lado de los trabajadores como por el de algunas empresas—, y perdedores. El mercado por sí mismo no va a corregir estas desigualdades, yo diría que más bien al contrario. Otra posibilidad es adoptar una actitud mucho más activa como sociedad. El gran economista Daron Acemoglou aboga por varias medidas de política económica con las que no puedo estar más de acuerdo. En primer lugar, las instituciones deben facilitar la implantación de “buenos empleos”, es decir, empleos estables, con salarios dignos, y protegidos. Y para ello existen sin duda instrumentos, desde normativa laboral, a supervisión estricta, así como la puesta en valor de instituciones laborales que trabajen para ello. Es necesario contrarrestar la tendencia del mercado, que por sí mismo tiende justo hacia lo contrario. Estas acciones ayudarán sin duda a que las pérdidas de los perdedores con el cambio técnico sean menores. En segundo lugar, la apuesta ineludible por una educación que llegue a todos por igual, y que esté más alineada con el desarrollo de competencias técnicas pero también de otras, como el desarrollo de la creatividad, el trabajo en equipo, la curiosidad, la satisfacción por el aprendizaje, la tolerancia ante lo diferente… Esta apuesta educativa sin duda facilitaría una mejor transición de toda la ciudadanía hacia el colectivo de ganadores con estos cambios.


Pero la actitud proactiva de la sociedad no se limita a actuaciones de las instituciones públicas. Los trabajadores debemos ser conscientes de los cambios y entender que sin una actitud muy dispuesta a la formación y por tanto al aprendizaje continuo será difícil no perder el tren de esta revolución tecnológica. Y las empresas, de casi cualquier tamaño y sector, deben interiorizar la formación continua y permanente de sus trabajadores no como un gasto, sino como una inversión tan importante como la que realizan en el capital físico y en los procesos productivos.


En consecuencia, bienvenidos sean los cambios tecnológicos en los que estamos ya inmersos y los que están por llegar, sumémonos a ellos, pero preparemos nuestras sociedades para que las ganancias alcancen a la mayoría de la ciudadanía y en consecuencia aumenten la calidad de vida y el bienestar de la sociedad en su conjunto.



Sara de la Rica es directora de la Fundación ISEAK y catedrática de Economía de la Univerisad del País Vasco


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